Quien ha tenido la inmensa suerte de haber pisado la isla de Hornoya al menos una vez en la vida, lo sabe. Es un espectáculo único, que te atrapa desde el momento en que embarcas en el puerto de Vardo. Son aproximadamente las 10:00 de la mañana del 24 de marzo de 2021, y nos encontramos en el puerto de la Isla de Vardo, en el extremo noreste de Noruega, uno de los lugares más remotos de Europa. Puesto de pruebas PCR en el pequeño pueblo de Berlevag Las consecuencias del coronavirus no golpearon tan fuerte al extremo norte de Noruega, donde la densidad de población es mínima y el contacto personal no es una costumbre, por lo que tras la debida cuarentena al cruzar la frontera nada nos impide movernos libremente, y Vardo era uno de los primeros objetivos. Vardo: brujas y artistas Vardo es una población grande en comparación con el resto de localidades que salpican la Península del Varanger. Está situada en el centro de una pequeña isla en forma de H, que a su vez se comunica con la península a través de un tunel subacuático de unos 2 kilómetros de largo. La historia de la isla es de por sí dura debido a las condiciones extremas que soportan sus habitantes, pero si a esto le sumamos un episodio terrible entre los años 1621 y 1663, durante el cual se persiguió y quemó en la isla a más de 90 mujeres bajo la acusación de brujería, convierte la historia de Vardo en una auténtica tragedia aún presente en la localidad. Un viaje a Vardo no está completo si no visitas el Memorial Steilneset, en recuerdo de todas aquellas personas a las que quitaron la vida durante los juicios por brujería, donde recorres un pasillo oscuro franqueado por placas que cuentan la historia de cada una de estas personas, para finalizar en un monumento rodeado de un entorno espectacular, que representa una silla con una gran llama permanentemente encendida, como las que utilizaban para quemar a todo aquel que era señalado como adorador del demonio. Pero no todo es tragedia en la isla. Este lugar tan extremo (especialmente durante los meses de invierno) , se ha convertido por algún motivo en reclamo para artistas locales y extranjeros que se dan cita aquí para desarrollar sus proyectos y buscar inspiración. Memorial Steilneset (Foto:Wikipedia) Puerto de Vardo (Foto: Wikipedia) El ferry El barco que realiza varios viajes diarios hasta la isla de Hornoya cuando el clima lo permite no es una embarcación turística, sino más bien un barco pesquero de unos 20 metros de eslora que ha pasado de faenar con redes y aparejos a llevar y recoger grupos de fotógrafos, ornitólogos, o curiosos que no quieren perderse el espectáculo que ofrece la isla. Si las condiciones son buenas y el mar está en relatica calma, recomiendo muchísimo realizar el trayecto en cubierta donde desde la proa, y siempre bien sujetos, podemos disfrutar de la salida del puerto y observar como la isla se va haciendo más y más grande a medida que nos acercamos y grupos de cientos de araos se arremolinan entorno al barco, desapareciendo bajo el agua cuando la distancia es demasiado corta. Las grandes colonias se encuentran en la cara oeste de la isla, justo frente al punto en que desembarcamos, por lo que el recibimiento es impresionante. Como es evidente, no podemos desplazarnos libremente por la isla, sino que debemos mantenernos dentro de los límites marcados para respetar las zonas en que araos, alcas y cormoranes moñudos se afanan en sacar adelante las puestas año tras año. Nuestro transporte hasta la isla de Hornoya Cabina interior del Ferry Las caras lo dicen todo, el frio no puede con la emoción El que escribe, Laura Nuñez, Francesco Rovedo, Naia Pascual y Andrea Greppi La isla Todo lo que pueda escribir aquí se quedará corto a la hora de describir las sensaciones vividas en Hornoya, pero al menos voy a intentarlo. Los primeros pasos una vez comienzas a ascender por la pasarela metálica van cargados de nervios, sobre todo la primera vez, sins aber muy bien lo que vas a encontrar unos metros más adelante. A un lado y a otro encontramos grupos de cormoranes moñudos secándose o simplemente viendo la vida pasar, pero el estruendo indica que un poco más adelante nos espera algo más impresionante, y no decepciona. Después de un rato observando y recorriendo el sendero que cruza la cara oeste de punta a punta no conseguimos localizar a ninguno en tierra, pero entonces alguien da la voz de alarma, y conseguimos ver algun ejemplar volando entre la nube de aves que vuelan entorno a la isla. El tiempo pasa tan rápido, que cuando queremos darnos cuenta vemos como a lo lejos el ferry viene rumbo a Hornoya, con la intención de devolvernos a Vardo. Y para los que estéis acostumbrados a las tradiciones en esto de la fotografía de naturaleza, ya sabéis como funciona el asunto. Fue en ese mismo momento cuando un frailecillo decidió que era buen momento para tomar tierra sobre la nieve. Y os podéis imaginar la tensión del momento, ese pequeño regordete ajeno a todo, el ferry acercándose al embarcadero, y el pequeño grupo de personas que allí nos encontrábamos, entre la emoción y la frustración, intentando arañar un minuto más en tierra. Por aquel entonces aún no sabíamos que lo que en un principio iban a ser un par de meses en el Ártico, se convertirían en un año que nos brindaría muchas más oportunidades de disfrutar de los frailecillos, y muchas otras maravillas de la naturaleza. Alcas y Araos comparten las laderas rocosas de la isla Miles de aves se arremolinan entorno a la islaHornoya y el primer frailecillo
Entre operarios del puerto, algún paseante esporádico y cientos de gaviotas tridáctilas que se arremolinan en los nidos, que construyen en los neumáticos que protegen los muros del puerto, nos encontramos un puñado de fotógrafos y amigos disfrutando el privilegio de encontrarnos en un lugar como este cuando el resto del mundo se encuentra confinado en casa en mitad de una pandemia mundial.
La entrada del tunel se encuentra apropiadamente pintada como si de la boca de una bestia marina se tratase, que engulle a los visitantes y los escupe en otro mundo.
Si quieres saber más sobre lo ocurrido en Vardo, no te pierdas la novela ‘Vardo: La isla de las mujeres» de Kiran Millwood Hargrave, en la que podrás descubrir los motivos que desencadenaron aquella barbarie.
Sin ir más lejos, en uno de nuestros viajes a Vardo conocimos a Clara, una artista de Granada que había dejado su tierra para trasladarse a la otra punta del continente.
Esta fuerte presencia artística en la isla se observa especialmente en muchos de sus muros, en los que podemos encontrar impresionantes murales, muchos de ellos con referencias a la cultura local y tintes de critica social.
También el olor a excrementos y el estruendo de miles aves se van haciendo más evidentes a medida que el barco se aproxima al embarcadero flotante de la isla, unido a tierra por una pasarela que nos deja al borde del acantilado.No es raro ver asomar también la cabeza de alguna foca curiosa cerca del barco, dándonos la bienvenida, aunque a estas alturas ya no podemos quitar la vista del espectáculo de la naturaleza que es la isla de Hornoya.
Aún así, hay momentos en que las aves, especialmente los cormoranes, se encuentran más cerca incluso de lo que nos gustaría cuando buscamos el encuadre a través del visor de la cámara.
La pared de roca que se levanta en la cara oeste de la isla, resguardada del viento, está repleta de araos, alcas y gaviotas tridáctilas, pero… ¿y dónde estan los frailecillos?
Decir que habíamos ido hasta allí solo por los frailecillos no sería cierto, pero ya sabéis, siempre hay una especie estrella, y en Hornoya sin duda son los pequeños ‘puffins’.
Por lo visto aún es pronto, y se encuentran aún en alta mar en busca de pececillos, pero poco a poco conseguimos ver a alguno volando a velocidades de vértigo entre la multitud. Las horas van pasando y nos dedicamos a fotografiar a las alcas realizando alguna cópula esporádica al borde del acantilado, o a los grupos enormes de araos comunes, con algún ejemplar bridado (con ese ojo delineado de blanco tan característico).